por Néstor Cremonte*
Especial para LA CAPITAL
Mar del Plata
Si admitimos que la sociedad se reedifica por la imagen que tiene de sí a través de su propio pasado, concedamos que fueron los propios redactores de la Gazeta de Buenos Aires (GBA), quienes inauguraron la saga de ficciones públicas del periódico; soporte -decían ellos- portador del nacimiento de la libertad de prensa, la libertad de escribir y la formación de la opinión pública cultivada e independiente. ¿Habrá sido así? Para responder vale articular dos textos escritos en la misma ciudad, en los mismos días y por los mismos hombres: La GBA y el Plan de Operaciones. Pensar el Plan es pensar Mayo. Es pensar la revolución y sus penumbras. Es pensar en los varones y en los bronces: Hace cien años que se discute sobre si el documento es auténtico o apócrifo. Valoramos: es auténtico, es secreto, es, en esencia, una compleja estrategia de legitimación de la Junta para ganar poder. Nada menos.
Revisemos, entonces, la relación entre la GBA y el Plan y esos conceptos abstractos paridos de las entrañas de las elites ilustradas de una burguesía europea en ascenso en el siglo XVIII: La libertad de prensa, la libertad de escribir, la opinión pública. Exalta la GBA en su nº 1: “El pueblo tiene derecho a saber la conducta de sus Representantes y el honor de estos se interesa en que todos conozcan la execración con que miran aquellas reservas y misterios inventados para cubrir los delitos”. Refuta el Plan en el artículo 1 de asuntos internos, apartado 10: “La doctrina del Gobierno debe ser con relación a los papeles públicos (la GBA) muy halagüeña, lisonjera y atractiva, reservando en la parte posible, todos aquellos pasos adversos y desastrosos”. Enaltece la GBA en el nº 3: “Los pueblos yacerán en el embrutecimientos más vergonzoso si no se da una absoluta franquicia y libertad”. Impugna el Plan en el mismo apartado: “Aun cuando alguna parte lo sepa y comprenda (los pasos adversos y desastrosos), a lo menos la mayor parte no lo conozca y lo ignore, pintando siempre estos con el colorido y disimulo más aparente”. Aclama la GBA en el nº 3: “No se adelantarán las artes, ni los conocimientos útiles, porque no teniendo libertad de pensamiento, se seguirán respetando los absurdos que han consagrado nuestros padres y han autorizado el tiempo y la costumbre”. Contradice el Plan en el apartado anterior: “Debe disponerse que la semana que haya que darse alguna noticia adversa se ordene que el número de gacetas que hayan de imprimirse sea muy escaso”.
Los textos se llevan de patadas. La colisión entre la palabra escrita en letra de molde (la GBA) y la palabra escrita a pluma de ganso (el Plan) es estrepitosa. Pero ¿Es así realmente?, ¿O la lógica de acción de doble sentido alcanza allí su punto más refinado? Entendemos que la GBA publica lo opuesto a los objetivos (todos los objetivos) preservados desde el Plan, lo que le significó autorizar la circulación social de un razonamiento en respuesta a situaciones de interacción y conflictos permanentes, de manera tal que el Plan se reforzó y la Junta avanzó en pos de sus designios. El Plan se valió de la GBA para re/inventar a través del periódico otra realidad y lo que podría aparecer como un entramado de situaciones y conceptos contrapuestos, es el resultado de una elección concebida de antemano. Desde el periódico oficial el tejemaneje de los redactores resignificó el contenido del Plan, invirtió su sentido y operó como un medio de control social, ocultamiento y distorsión de la información (huella que proviene de la prensa de las monarquías absolutas del siglo XVII); el Plan, como apuesta superlativa de la Junta requería precisamente esa GBA para que el nuevo orden pudiera mediar como complemento y soporte alrededor de su circuito de lectores. Puestos en diálogo, el Plan es más que la GBA, y la GBA, como objeto cultural que excede al propio texto, se nutre de sus planos de producción, circulación y reconocimiento y puede ser más que el Plan. Resumamos: el Plan es la matriz, el recipiente que contiene, y la GBA, su contenido, que a veces lo rebalsa.
En la segunda mitad del siglo XIX, correspondió a los vencedores de Pavón y sus epígonos, coagular el discurso del periódico pergeñado por la Junta. Aquél mito coagulará en la segunda mitad del siglo XIX con la producción de las primeras historias nacionales y el asentamiento de las bases de la Historia como disciplina y práctica del conocimiento erudito y metódico, lo cual daría lugar a un universo de discursos, representaciones, prácticas e instituciones. Así lo requería un proceso político que impulsó la integración del país en un mercado mundial de expansión capitalista; un país productor de materia prima agrícola y ganadera para la exportación, a la vez que importador de productos manufacturados donde Buenos Aires reservaría para sí el papel de eje cultural, civilizador y portuario. En una frase: La mano invisible de Adam Smith, la del mercado que se regula graciosamente, se encargaría para siempre de cobijarnos a todos.
La modalidad de representación de las espadas narrativas del poder -la historiografía, la educación pública y los grandes diarios- será tributaria de dichos intereses y contribuiría a la construcción de un determinado tipo de relato de origen ligado al simulacro pedagógico de la libertad de prensa, la libertad de escribir y la formación de la opinión pública.
* Historiador (UNMdP). Investigador en temas sobre comunicación
nestorcremonte@hotmail.com
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