José Mateo, un descendiente de varias generaciones de pescadores que provienen de la España de los siglos pasados, obtuvo su doctorado en Historia en Barcelona con una tesis cuyo núcleo tituló “Cosechando el mar en lanchas amarillas”. En su trabajo académico, este diplomado en la Universidad de Mar del Plata hace una descripción inédita del desarrollo de la pesca comercial marítima en la Argentina, a partir del nacimiento de la actividad en el puerto local.
El “momento” de la historia marplatense elegido para hablar con él esta vez es el de los años ´40, “cuando la pesca dio un salto cualitativo” y cuando la comunidad vivió su página más dolorosa, la tormenta de Santa Rosa de 1946. Recién después de esta gran tragedia, las lanchas fueron todas de color amarillo.
Mateo hace un rápido recorrido por la historia productiva de la pesca, que puede condensarse así:
*Afines del siglo XIX, es el turismo, en incipiente pero rápido desarrollo, el que hace la primera demanda de pescado en Mar del Plata, que en las temporadas es cubierta por pescadores que vienen del Tigre y de La Boca. Trabajan aquí sólo durante los meses de verano para abastecer de pescado a los hoteles y restaurantes de la época. Tras la llegada del ferrocarril en 1926, el mercado se amplía, gracias a que se tiene la posibilidad de hacer envíos a la capital. La crisis mundial del ´29 tuvo sus coletazos más fuertes en la pesca en los años ´31 y ´32. Comienza entonces un proceso de sustitución de importaciones. La Campagnola surge en ese momento. Empresas europeas, la mayoría españolas e italianas, deciden instalarse en el país para producir localmente, y así saltar la barrera arancelaria. Se produce de este modo el primer auge de la anchoíta en Mar del Plata, que pasa a ser el primer puerto pesquero de la Argentina.
El shock de la Guerra: La II Guerra Mundial (1939-1945) provoca un shock en la actividad. Razones combinadas de economía, salud y logística bélica lo explican, según Mateo, quien sigue explicando:
* El bajón en la anchoíta tenía un preocupante efecto social. Varias plantas en tierra se paralizaron, dejando su secuela de desocupados. Por otra parte, en cuanto a la salud y la guerra, vale esta digresión: la adaptación visual a la oscuridad en una persona para el caso que tratamos, pilotos de aviones en particular y combatientes en general es mejor en la medida en que su organismo dispone de una mayor reserva de vitaminas Ay D. Estas se extraen fundamentalmente del hígado del bacalao o del tiburón. Pero la guerra impedía acceder a los
tradicionales bancos de estas especies -Terranova, Mar del Norte y Mar del Japón- convertidos en teatros de las operaciones navales. Un sustituto pasó a ser el cazún que se podía encontrar en abundancia a lo largo del Mar Argentino, lo que dio origen al fenómeno de “la fiebre del cazún”, que como veremos habría de quedar
signado por un impresionante naufragio. El valor de la tonelada de cazún saltó de golpe de 40 a 2.000 dólares. Los pescadores de Mar del Plata, originarios en su gran mayoría del “mezzogiorno”, zona meridional de Italia, dejaron de pescar anchoíta y caballa (magra) para destinar sus lanchas -alrededor de 150, todavía de
distintos colores- a la extracción de ese tiburón que se pagaba a precio de oro. La oportunidad atrajo a muchos nuevos.
Hasta dueños de yates de paseo de Vicente López o jóvenes estudiantes universitarios, casi sin experiencia en el mar, se trasladaron a Mar del Plata resueltos a probar suerte en la actividad pesquera, siempre peligrosa pero ahora más rentable que nunca. En 1945 el peronismo se había instalado definitivamente en la escena argentina, y un año más tarde se registró una de las huelgas que marcan el período. Fue la que afectó por completo el abastecimiento de combustible en el país, incluyendo todo tipo de embarcación.
La flota pesquera debía permanecer en puerto, a despecho de la ansiedad por el tiburón. Pero ¿que sucedió cuando ese paro se levantó y fue restablecida la provisión de combustible, en agosto de 1946? En síntesis, Mateo relata así lo acontecido:
*La salida de las lanchas fue masiva pero no total: unos pocos, los más avezados, decidieron permanecer en tierra presagiaban una gran tormenta. Y otros siempre atentos a la sabiduría e intuición de esos pocos, los imitaron y tampoco salieron. Otro grupo de pescadores, varios de ellos menos veteranos alcanzaron alta mar y hasta llegaron a tener sus larguísimos espineles extendidos con no pocos cazones en sus cientos de anzuelos, pero decidieron cortarlo para poder escapar del temporal que vislumbraron. El resto, comprendidos varios de los “nuevos”, serían sorprendidos por la tormenta de Santa Rosa del 29 de agosto de 1946, un temporal de lluvia y vientos del oeste y sudoeste con velocidades de hasta 100 km por hora. Cinco lanchas se hundieron. Murieron 31 pescadores y sólo unos pocos cuerpos aparecieron días más tarde en distantes puntos de la costa bonaerense. Ha sido la peor tragedia pesquera en la historia de Mar del Plata. Mateo estudió el listado de las víctimas y le llamó la atención que la mayoría de ellas no se correspondían con los apellidos de los pescadores italianos con experiencia, ya acostumbrados a trabajar en el Mar Mediterr·neo o en el puerto de Mar del Plata.
Varias explicaciones sucedieron a la tragedia, más o menos profesionales, más o menos místicas, pero en varias aparece como causa primera o fundamental “la fiebre del cazón”.
Mateo también analizó la curvas de captura del puerto marplatense. La del cazón hace un salto en los años de la II Guerra, dibujando la línea estadística –paradoja de cruel ironía- una aleta de tiburón. La tragedia fijó un antes y un después. Tanto en la cultura (aún en la religiosidad), como en los aspectos pr·cticos del hombre del puerto marplatense. Y “como el derecho sigue al hecho”, dice Mateo, poco tiempo después todas las lanchas eran amarillas porque una reglamentación en este sentido confirmaba la convicción de la colonia pesquera, ya más numerosa, de que ese color, como también el rojo -así como el naranja lo es sobre un paisaje totalmente blanco-, son más visibles en medio del océano.
Con el tiempo se advirtió que la “fiebre del cazón” había dejado algo más que el luto. Incrementó, como se decía, el número de pescadores en Mar del Plata y las unidades de su flota, en un proceso de acumulación de fuerza productiva que gracias al mismo boom estaba amortizado al tiempo que terminaba la conflagración.
Además, el cazón fue el primer derivado pesquero que se exportó. Sus primeros destinos fueron Estados Unidos y Francia. Nacieron nuevas artes de pesca y se adoptaron más medidas de seguridad. Y en función de la aludida migración del tiburón, que “baja” hasta la altura de Comodoro Rivadavia, el fenómeno tuvo como consecuencia la creación en esos años de varios de los actuales puertos patagónicos.
“Poco tiempo después, las lanchas unificadas por el amarillo volvían a buscar anchoíta y caballa y desde principios de los años ´60 también bonito”, señala Mateo.
El “momento” de la historia marplatense elegido para hablar con él esta vez es el de los años ´40, “cuando la pesca dio un salto cualitativo” y cuando la comunidad vivió su página más dolorosa, la tormenta de Santa Rosa de 1946. Recién después de esta gran tragedia, las lanchas fueron todas de color amarillo.
Mateo hace un rápido recorrido por la historia productiva de la pesca, que puede condensarse así:
*Afines del siglo XIX, es el turismo, en incipiente pero rápido desarrollo, el que hace la primera demanda de pescado en Mar del Plata, que en las temporadas es cubierta por pescadores que vienen del Tigre y de La Boca. Trabajan aquí sólo durante los meses de verano para abastecer de pescado a los hoteles y restaurantes de la época. Tras la llegada del ferrocarril en 1926, el mercado se amplía, gracias a que se tiene la posibilidad de hacer envíos a la capital. La crisis mundial del ´29 tuvo sus coletazos más fuertes en la pesca en los años ´31 y ´32. Comienza entonces un proceso de sustitución de importaciones. La Campagnola surge en ese momento. Empresas europeas, la mayoría españolas e italianas, deciden instalarse en el país para producir localmente, y así saltar la barrera arancelaria. Se produce de este modo el primer auge de la anchoíta en Mar del Plata, que pasa a ser el primer puerto pesquero de la Argentina.
El shock de la Guerra: La II Guerra Mundial (1939-1945) provoca un shock en la actividad. Razones combinadas de economía, salud y logística bélica lo explican, según Mateo, quien sigue explicando:
* El bajón en la anchoíta tenía un preocupante efecto social. Varias plantas en tierra se paralizaron, dejando su secuela de desocupados. Por otra parte, en cuanto a la salud y la guerra, vale esta digresión: la adaptación visual a la oscuridad en una persona para el caso que tratamos, pilotos de aviones en particular y combatientes en general es mejor en la medida en que su organismo dispone de una mayor reserva de vitaminas Ay D. Estas se extraen fundamentalmente del hígado del bacalao o del tiburón. Pero la guerra impedía acceder a los
tradicionales bancos de estas especies -Terranova, Mar del Norte y Mar del Japón- convertidos en teatros de las operaciones navales. Un sustituto pasó a ser el cazún que se podía encontrar en abundancia a lo largo del Mar Argentino, lo que dio origen al fenómeno de “la fiebre del cazún”, que como veremos habría de quedar
signado por un impresionante naufragio. El valor de la tonelada de cazún saltó de golpe de 40 a 2.000 dólares. Los pescadores de Mar del Plata, originarios en su gran mayoría del “mezzogiorno”, zona meridional de Italia, dejaron de pescar anchoíta y caballa (magra) para destinar sus lanchas -alrededor de 150, todavía de
distintos colores- a la extracción de ese tiburón que se pagaba a precio de oro. La oportunidad atrajo a muchos nuevos.
Hasta dueños de yates de paseo de Vicente López o jóvenes estudiantes universitarios, casi sin experiencia en el mar, se trasladaron a Mar del Plata resueltos a probar suerte en la actividad pesquera, siempre peligrosa pero ahora más rentable que nunca. En 1945 el peronismo se había instalado definitivamente en la escena argentina, y un año más tarde se registró una de las huelgas que marcan el período. Fue la que afectó por completo el abastecimiento de combustible en el país, incluyendo todo tipo de embarcación.
La flota pesquera debía permanecer en puerto, a despecho de la ansiedad por el tiburón. Pero ¿que sucedió cuando ese paro se levantó y fue restablecida la provisión de combustible, en agosto de 1946? En síntesis, Mateo relata así lo acontecido:
*La salida de las lanchas fue masiva pero no total: unos pocos, los más avezados, decidieron permanecer en tierra presagiaban una gran tormenta. Y otros siempre atentos a la sabiduría e intuición de esos pocos, los imitaron y tampoco salieron. Otro grupo de pescadores, varios de ellos menos veteranos alcanzaron alta mar y hasta llegaron a tener sus larguísimos espineles extendidos con no pocos cazones en sus cientos de anzuelos, pero decidieron cortarlo para poder escapar del temporal que vislumbraron. El resto, comprendidos varios de los “nuevos”, serían sorprendidos por la tormenta de Santa Rosa del 29 de agosto de 1946, un temporal de lluvia y vientos del oeste y sudoeste con velocidades de hasta 100 km por hora. Cinco lanchas se hundieron. Murieron 31 pescadores y sólo unos pocos cuerpos aparecieron días más tarde en distantes puntos de la costa bonaerense. Ha sido la peor tragedia pesquera en la historia de Mar del Plata. Mateo estudió el listado de las víctimas y le llamó la atención que la mayoría de ellas no se correspondían con los apellidos de los pescadores italianos con experiencia, ya acostumbrados a trabajar en el Mar Mediterr·neo o en el puerto de Mar del Plata.
Varias explicaciones sucedieron a la tragedia, más o menos profesionales, más o menos místicas, pero en varias aparece como causa primera o fundamental “la fiebre del cazón”.
Mateo también analizó la curvas de captura del puerto marplatense. La del cazón hace un salto en los años de la II Guerra, dibujando la línea estadística –paradoja de cruel ironía- una aleta de tiburón. La tragedia fijó un antes y un después. Tanto en la cultura (aún en la religiosidad), como en los aspectos pr·cticos del hombre del puerto marplatense. Y “como el derecho sigue al hecho”, dice Mateo, poco tiempo después todas las lanchas eran amarillas porque una reglamentación en este sentido confirmaba la convicción de la colonia pesquera, ya más numerosa, de que ese color, como también el rojo -así como el naranja lo es sobre un paisaje totalmente blanco-, son más visibles en medio del océano.
Con el tiempo se advirtió que la “fiebre del cazón” había dejado algo más que el luto. Incrementó, como se decía, el número de pescadores en Mar del Plata y las unidades de su flota, en un proceso de acumulación de fuerza productiva que gracias al mismo boom estaba amortizado al tiempo que terminaba la conflagración.
Además, el cazón fue el primer derivado pesquero que se exportó. Sus primeros destinos fueron Estados Unidos y Francia. Nacieron nuevas artes de pesca y se adoptaron más medidas de seguridad. Y en función de la aludida migración del tiburón, que “baja” hasta la altura de Comodoro Rivadavia, el fenómeno tuvo como consecuencia la creación en esos años de varios de los actuales puertos patagónicos.
“Poco tiempo después, las lanchas unificadas por el amarillo volvían a buscar anchoíta y caballa y desde principios de los años ´60 también bonito”, señala Mateo.
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