por Marcelo Bátiz (para Agencia DyN)
La recesión ya arrastraba tres años, el déficit financiero ocho y ya se entraba en el noveno de un índice de dos dígitos de desocupación. Nada nuevo parecía haber bajo el sol, pero en el ánimo de la sociedad se percibía que ese 2001 tendría algo de particular.
La renuncia en octubre del año anterior del vicepresidente Carlos "Chacho" Álvarez asomaba como un anticipo. Cinco meses después, José Luis Machinea presentaba su dimisión como ministro de Economía y era reemplazado por quien se venía desempeñando en el área de Defensa, Ricardo López Murphy. Pero el paladín de la ortodoxia presentó un plan que se ganó el rechazo de los sindicatos, los gobernadores y hasta de sectores del propio oficialismo.
En dos semanas, el encargado de apagar el incendio fue Domingo Cavallo, que ya barruntaba su regreso a la función pública después de casi cinco años. Tras postularse él mismo como un probable jefe de Gabinete y alabar al presidente Fernando de la Rúa como "el Sarmiento del siglo XXI", el ex ministro de Carlos Menem volvió al Palacio de Hacienda en condiciones muy diferentes.
Su núcleo de acero se había desintegrado y apenas pudo conservar a Horacio Liendo como "asesor externo" y a Carlos Sánchez en una Secretaría de Industria en la que nunca estuvo cómodo. Entre sus secretarios contó con la colaboración de alguien que cobraría relevancia en el futuro: Débora Giorgi.
Lo primero que hizo Cavallo fue alabar a diputados y senadores. No fue un gesto de desprendimiento: necesitaba la urgente aprobación del impuesto al cheque, ese que él mismo había eliminado una década atrás. Tampoco fue el único caso en el que borró con el codo lo que escribió con la mano, si se recuerda que a pesar de haber sido el autor de la autonomía del Banco Central, hizo desplazar a su presidente, Pedro Pou, reemplazándolo "en comisión" por Roque Maccarone.
La ley de Déficit Cero
En julio, megacanje mediante, volvió a recurrir al Congreso en procura de otro favor. La ley 25.453 de "Déficit Cero", con un recorte general de gastos que implicó, entre otras cosas, una rebaja del 13 por ciento en jubilaciones y salarios del sector público. De todos modos, las cuentas del Tesoro de 2001 terminaron con un déficit financiero de 8.770 millones de pesos o dólares.
El malestar general no era difícil de percibir y bastaba recorrer las calles de Buenos Aires para presenciar las más variadas movilizaciones de los por entonces incipientes movimientos sociales. No obstante, De la Rúa y Cavallo no daban muestras de comprender la situación y se llegó a las elecciones legislativas del 14 de octubre con una confusión inédita: el oficialismo postulaba candidatos que se manifestaban abiertamente en contra de la política de Gobierno. Los únicos que la defendían eran los de Acción por la República, que en la ciudad de Buenos Aires consiguió la elección del delfín de Cavallo. Su nombre era Daniel Scioli.
La derrota del oficialismo fue aplastante, tanto como para obtener menos apoyo que la suma del "voto bronca" de blancos, nulos e impugnados. El gran vencedor, el peronista Eduardo Duhalde, advirtió que "el presidente debe escuchar el ultimátum de las urnas". No fue tan lejos como el ministro de Gobierno bonaerense, Raúl Othacehé, quien meses atrás había advertido que "si entre los justicialistas existiera una intención golpista, Fernando de la Rúa caería en 24 horas... qué digo 24, en 12 horas se terminaría".
Los hechos se fueron precipitando. El 1 de noviembre se anunció la "reestructuración ordenada" de la deuda y una rebaja de seis puntos en los aportes patronales de los afiliados a las AFJP, para por lo menos reanimar la gélida actividad interna: las ventas en supermercados mostraban un retroceso interanual del 20 por ciento y la recaudación del mes una caída del 11 por ciento. Poco después, se buscó ampliar los incentivos con la devolución de 5 puntos de IVA en las compras con tarjeta de débito y 3 con las de crédito.
Pero lejos de una respuesta favorable, los mercados bajaron su pulgar, con un riesgo soberano por encima de los 3.000 puntos y un constante retiro de los depósitos bancarios, mientras crecían las versiones sobre una posible dolarización.
Para completar el panorama, la renovación legislativa puso a dos justicialistas al frente de las cámaras: Ramón Puerta en el Senado y Eduardo Camaño en Diputados. Un simple viaje al exterior de De la Rúa dejaba a la oposición en el poder.
El viernes 30 de noviembre, nadie se dio por enterado del nombramiento de Mario Blejer como vicepresidente del Banco Central. El retiro de depósitos llegó a los mil millones de dólares y el Fondo Monetario anticipaba lo que iba a formalizar una semana después: no estaba dispuesto a aprobar un desembolso de 1.260 millones de dólares que a su vez trababa recursos de otros organismos multilaterales por 5.000 millones de dólares más. La Argentina estaba al borde de la cesación de pagos ya que no tenía fondos para afrontar un vencimiento previsto para el 20 de diciembre.
"Que se vayan todos"
El sábado 1 de diciembre se promulgó el decreto 1570, al que pocos días después se pasó a conocer popularmente como "corralito". Se limitaron las extracciones de todas las cuentas bancarias, incluso las salariales, a 250 pesos semanales. Para evitar más compras de dólares, se prohibió a los bancos dar préstamos en pesos y se restringieron los giros al exterior. En un vano intento por tranquilizar a la población, Cavallo salió a decir que las medidas no durarían más de "noventa días" para que no haya complicaciones en el canje de deuda. Sin embargo, en el texto del decreto no se mencionaba ninguna fecha.
Los mercados iniciaron el lunes 3 desbordados de miles de personas desbancarizadas desesperadas para que se les habilitara una caja de ahorro y el 8 de diciembre no hubo sábado ni Inmaculada Concepción que valgan, ya que hubo que seguir atendiendo interesados. Mientras, Cavallo regresaba de Estados Unidos con las manos vacías y un pedido de mayor ajuste.
La segunda quincena del mes arrancó con saqueos en los suburbios de Buenos Aires y en los principales centros urbanos del país.
La nota distintiva era la incorporación de la clase media a las protestas, con empleados y profesionales que al grito de "que se vayan todos" iban provistos de cacerolas, de las que un conocido dirigente empresario se valió para realizar los presentes de fin de año.
La declaración del Estado de Sitio no sirvió para apaciguar los ánimos. El desplazamiento de Cavallo el 19 de diciembre, tampoco.
Al día siguiente, la imagen del helicóptero partiendo de la Casa Rosada marcó el final de un período al que se le pueden asignar varios calificativos. Cualquiera, menos "aburrido".
La recesión ya arrastraba tres años, el déficit financiero ocho y ya se entraba en el noveno de un índice de dos dígitos de desocupación. Nada nuevo parecía haber bajo el sol, pero en el ánimo de la sociedad se percibía que ese 2001 tendría algo de particular.
La renuncia en octubre del año anterior del vicepresidente Carlos "Chacho" Álvarez asomaba como un anticipo. Cinco meses después, José Luis Machinea presentaba su dimisión como ministro de Economía y era reemplazado por quien se venía desempeñando en el área de Defensa, Ricardo López Murphy. Pero el paladín de la ortodoxia presentó un plan que se ganó el rechazo de los sindicatos, los gobernadores y hasta de sectores del propio oficialismo.
En dos semanas, el encargado de apagar el incendio fue Domingo Cavallo, que ya barruntaba su regreso a la función pública después de casi cinco años. Tras postularse él mismo como un probable jefe de Gabinete y alabar al presidente Fernando de la Rúa como "el Sarmiento del siglo XXI", el ex ministro de Carlos Menem volvió al Palacio de Hacienda en condiciones muy diferentes.
Su núcleo de acero se había desintegrado y apenas pudo conservar a Horacio Liendo como "asesor externo" y a Carlos Sánchez en una Secretaría de Industria en la que nunca estuvo cómodo. Entre sus secretarios contó con la colaboración de alguien que cobraría relevancia en el futuro: Débora Giorgi.
Lo primero que hizo Cavallo fue alabar a diputados y senadores. No fue un gesto de desprendimiento: necesitaba la urgente aprobación del impuesto al cheque, ese que él mismo había eliminado una década atrás. Tampoco fue el único caso en el que borró con el codo lo que escribió con la mano, si se recuerda que a pesar de haber sido el autor de la autonomía del Banco Central, hizo desplazar a su presidente, Pedro Pou, reemplazándolo "en comisión" por Roque Maccarone.
La ley de Déficit Cero
En julio, megacanje mediante, volvió a recurrir al Congreso en procura de otro favor. La ley 25.453 de "Déficit Cero", con un recorte general de gastos que implicó, entre otras cosas, una rebaja del 13 por ciento en jubilaciones y salarios del sector público. De todos modos, las cuentas del Tesoro de 2001 terminaron con un déficit financiero de 8.770 millones de pesos o dólares.
El malestar general no era difícil de percibir y bastaba recorrer las calles de Buenos Aires para presenciar las más variadas movilizaciones de los por entonces incipientes movimientos sociales. No obstante, De la Rúa y Cavallo no daban muestras de comprender la situación y se llegó a las elecciones legislativas del 14 de octubre con una confusión inédita: el oficialismo postulaba candidatos que se manifestaban abiertamente en contra de la política de Gobierno. Los únicos que la defendían eran los de Acción por la República, que en la ciudad de Buenos Aires consiguió la elección del delfín de Cavallo. Su nombre era Daniel Scioli.
La derrota del oficialismo fue aplastante, tanto como para obtener menos apoyo que la suma del "voto bronca" de blancos, nulos e impugnados. El gran vencedor, el peronista Eduardo Duhalde, advirtió que "el presidente debe escuchar el ultimátum de las urnas". No fue tan lejos como el ministro de Gobierno bonaerense, Raúl Othacehé, quien meses atrás había advertido que "si entre los justicialistas existiera una intención golpista, Fernando de la Rúa caería en 24 horas... qué digo 24, en 12 horas se terminaría".
Los hechos se fueron precipitando. El 1 de noviembre se anunció la "reestructuración ordenada" de la deuda y una rebaja de seis puntos en los aportes patronales de los afiliados a las AFJP, para por lo menos reanimar la gélida actividad interna: las ventas en supermercados mostraban un retroceso interanual del 20 por ciento y la recaudación del mes una caída del 11 por ciento. Poco después, se buscó ampliar los incentivos con la devolución de 5 puntos de IVA en las compras con tarjeta de débito y 3 con las de crédito.
Pero lejos de una respuesta favorable, los mercados bajaron su pulgar, con un riesgo soberano por encima de los 3.000 puntos y un constante retiro de los depósitos bancarios, mientras crecían las versiones sobre una posible dolarización.
Para completar el panorama, la renovación legislativa puso a dos justicialistas al frente de las cámaras: Ramón Puerta en el Senado y Eduardo Camaño en Diputados. Un simple viaje al exterior de De la Rúa dejaba a la oposición en el poder.
El viernes 30 de noviembre, nadie se dio por enterado del nombramiento de Mario Blejer como vicepresidente del Banco Central. El retiro de depósitos llegó a los mil millones de dólares y el Fondo Monetario anticipaba lo que iba a formalizar una semana después: no estaba dispuesto a aprobar un desembolso de 1.260 millones de dólares que a su vez trababa recursos de otros organismos multilaterales por 5.000 millones de dólares más. La Argentina estaba al borde de la cesación de pagos ya que no tenía fondos para afrontar un vencimiento previsto para el 20 de diciembre.
"Que se vayan todos"
El sábado 1 de diciembre se promulgó el decreto 1570, al que pocos días después se pasó a conocer popularmente como "corralito". Se limitaron las extracciones de todas las cuentas bancarias, incluso las salariales, a 250 pesos semanales. Para evitar más compras de dólares, se prohibió a los bancos dar préstamos en pesos y se restringieron los giros al exterior. En un vano intento por tranquilizar a la población, Cavallo salió a decir que las medidas no durarían más de "noventa días" para que no haya complicaciones en el canje de deuda. Sin embargo, en el texto del decreto no se mencionaba ninguna fecha.
Los mercados iniciaron el lunes 3 desbordados de miles de personas desbancarizadas desesperadas para que se les habilitara una caja de ahorro y el 8 de diciembre no hubo sábado ni Inmaculada Concepción que valgan, ya que hubo que seguir atendiendo interesados. Mientras, Cavallo regresaba de Estados Unidos con las manos vacías y un pedido de mayor ajuste.
La segunda quincena del mes arrancó con saqueos en los suburbios de Buenos Aires y en los principales centros urbanos del país.
La nota distintiva era la incorporación de la clase media a las protestas, con empleados y profesionales que al grito de "que se vayan todos" iban provistos de cacerolas, de las que un conocido dirigente empresario se valió para realizar los presentes de fin de año.
La declaración del Estado de Sitio no sirvió para apaciguar los ánimos. El desplazamiento de Cavallo el 19 de diciembre, tampoco.
Al día siguiente, la imagen del helicóptero partiendo de la Casa Rosada marcó el final de un período al que se le pueden asignar varios calificativos. Cualquiera, menos "aburrido".
1 comentarios:
A Cavallo no lo dejaron implementar si quiera el 2 % del plan para que Argentina se insertara realmente en el mundo en forma competitiva. Yo leì toda su plataforma electoral (del partido que èl fundò, Acciòn Por la Repùblica) y èl realmente tenìa intenciòn de que nuestro paìs fuera competitivo y todo lo que ocurriò y aquì es relatado, fue una gran confabulaciòn fundamentalmente del partido peronista para hacer lo que finalmente fuè: un golpe de estado.
Cavallo es una persona de bien, y sus intenciones eran buenas. No deberìa haberse expuesto en el 2001 pero quiso ayudar, y hoy es defenestrado gratuitamente por todos. Pero acuerdensè que con èl NO HABÌA INFLACIÒN, y hoy los precios de todo en dolares son mayores, los salarios son menores -que en la època del 1 a 1- y con el agravante de que tenemos una inflaciòn GALOPANTE que no van a poder parar y cada vez va a ser mayor.
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