Lo llamaban Ciccio Mazzacristo, sobrenombres los dos, que le impusieron el cariño y la admiración que sus paisanos sentían por él. Ciccio por Francisco, y Mazzacristo (Mata a Cristo) resultó de la leyenda sobre fuerza y coraje que lo acompañaba desde poco después de abandonar Sicilia y llegar a la Argentina.
Francisco Greco, tal su nombre real, salió al rescate de otros pescadores desafiando una gran tormenta y a quienes le aconsejaban no salir les respondía que él zarparía igual y que ni el mismo Cristo habría de impedírselo. Mazzacristo es uno de los tantos personajes que ha dado la historia de la inmigración italiana en el puerto de Mar del Plata, y que aparecen con rasgos bien marcados en el libro “Más allá de la avenida Cincuentenario (el barrio del Puerto, entre los años 1920 y 1960)” de los historiadores marplatenses Bettina Favero y Gerardo Portela. Un diálogo personal con Favero, doctora en Historia por la Universidad Nacional de Centro, profesora y licenciada en la misma especialidad por la Universidad Nacional de Mar del Plata, permite un recorrido ameno por un sector que creció con la pesca, al ritmo de las oportunidades de trabajo y de las olas inmigratorias, aunque casi siempre desprovista de la atención del resto de la ciudad.
Los “otros”
Relata la doctora Favero: “Entre los años treinta y cincuenta, Mar del Plata era prácticamente lo que hoy conocemos por centro y el puerto suponía una zona alejada, lo que estaba más allá de la avenida Cincuentenario (hoy Juan B. Justo), convertida en un límite drástico, más allá del cual estaban los “otros”. Y esos “otros” primero fueron los trabajadores de la empresa francesa encargada de la construcción del puerto, que se extendió por más diez años y hasta entrada la década del 20. Aellos se agregaron los pescadores que fueron sucesivamente corridos de la Bristol y de la loma de Stella Maris hasta su asentamiento definitivo.
En su mayoría eran italianos, especialmente sicilianos y napolitanos, que poco o nada tenían cuando llegaron al país. Y aunque cruzaban el océano con la frase “faccio l’America” repicando en sus mentes, sus primeras casas fueron modestísimas, de latas la mayoría, si bien las hacían de material apenas podían”. “La elite que pasaba sus veranos en Mar del Plata —dice Favero— siempre identificó al puerto como una zona negativa de la ciudad, no mostrable, y apenas si algunos sabían de ella cuando, jugando al golf en Playa Grande, veían el reflejo del sol en esas casuchas de lata ubicadas una junto a la otra”. Pasaron los años 20, con los primeros gobiernos socialistas en Mar del Plata, sin que hubiera políticas públicas efectivas para un puerto que desde entonces comenzó a sufrir el parcelamiento de jurisdicciones, entre las de la Nación, la Provincia y el Municipio, generalmente con voluntades políticas divergentes, complicación que según es conocido perduró hasta el presente. Divergencias además que han tenido una consecuencia grave en el destino mismo de la estación marítima, ideada como puerto de aguas profundas, pero que nunca fue tal, por el banco de arena que se forma en su acceso. “Es que el puerto se inaugura en 1922 — subraya la historiadora— pero sin que se terminara bien. La Escollera Norte estaba proyectada más larga pero por esos problemas políticos, que derivaron en falta de dinero, quedó en esa extensión”. Y también los años treinta encuentran al barrio puerto descuidado, aunque a mitad de la década el intendente Camusso llevó algunas mejoras —precisa Favero— a las que se agregarán otras en las gestiones socialistas posteriores. Pero por muchos años en el barrio no hubo luz ni cloacas y el arroyo del Barco, sin entubar, representó una amenaza constante de inundaciones. En su mayoría los sicilianos tenían experiencia como pescadores, aunque en aguas más tranquilas como las del Mediterráneo. Con los napolitanos, gran parte de ellos procedentes de la isla de Capri, las proporciones se daban al revés y así muchos de ellos encararon por primera vez aquí, con un mar bravo, el oficio de la pesca.
Cada pueblo trajo su santo, en la devoción y en las imágenes. Y esa fe fue interpretada por la Iglesia Católica, a través de la obra de Don Orione, que tomó al puerto pobre como zona de misión. De manera similar sucede con las damas de beneficencia, las Damas Vicentinas, grupo que integraron mujeres de familias de apellidos distinguidos, y a cuya obra corresponden conjuntos de viviendas ubicados en distintos puntos de la zona portuaria. El nombre de una calle del puerto recuerda a la presidenta del grupo, Elisa Alvear de Bosh.
Las Damas y los curas orionitas —que tuvieron en el padre Dutto a su principal referente— también actuaron en común, de manera que aquellas habrían de dar un aporte económico importante para la construcción de la parroquia La Sagrada Familia y los colegios de varones y de mujeres (La Inmaculada Concepción), como también para la instalación del Hospital de Enfermos Crónicos situado junto a la réplica de la Gruta de Lourdes. La barriada portuaria también se caracterizó por la existencia de conventillos: “Surgieron cerca de la dársena y de la cantera, donde estuvieran las instalaciones del Club Aldosivi, que fue la que se usó en la extracción de piedras para la construcción del puerto. Esos conventillos, en los que vivían muchos solteros u hombres solos que recién años después llamaban a sus familias, formaban en escala un paisaje similar al de la Boca. “Muchos de los recién llegados iban a vivir a casas rodantes, que se instalaban en los terrenos disponibles de sus parientes o paisanos ya establecidos”. Favero habla de “enclave étnico”. Y en una de las páginas del citado libro llama la atención un esquema del “corazón” del barrio Puerto en el que están señalados dónde se ubicaron sicilianos y napolitanos. Una sola manzana (la de Posadas, Magallanes, Rondeau y 12 de Octubre) está rodeada casi exclusivamente por referencias de sicilianos.
Uno de los vecinos más célebres fue el nombrado Ciccio Mazzacristo, quien llegó a Mar del Plata en los años 20, junto a un hermano y respondiendo a un llamado de su tío. Con los años, y habiendo logrado una módica fortuna, volvió a su pueblo en la isla, Acireale, y especialmente en el que era su barrio o aldea, Santa María Della Scalla, fue recibido a lo grande. Había terminado la guerra y los relatos y el ejemplo mismo de Ciccio gestaron un nuevo éxodo hacia una Mar del Plata que en la cercanía del puerto ya tenía caseríos con imágenes casi idénticas a las de ese pueblo del Mediterráneo, como la misma Favero comprobó en sus viajes a Italia.
Francisco Greco, tal su nombre real, salió al rescate de otros pescadores desafiando una gran tormenta y a quienes le aconsejaban no salir les respondía que él zarparía igual y que ni el mismo Cristo habría de impedírselo. Mazzacristo es uno de los tantos personajes que ha dado la historia de la inmigración italiana en el puerto de Mar del Plata, y que aparecen con rasgos bien marcados en el libro “Más allá de la avenida Cincuentenario (el barrio del Puerto, entre los años 1920 y 1960)” de los historiadores marplatenses Bettina Favero y Gerardo Portela. Un diálogo personal con Favero, doctora en Historia por la Universidad Nacional de Centro, profesora y licenciada en la misma especialidad por la Universidad Nacional de Mar del Plata, permite un recorrido ameno por un sector que creció con la pesca, al ritmo de las oportunidades de trabajo y de las olas inmigratorias, aunque casi siempre desprovista de la atención del resto de la ciudad.
Los “otros”
Relata la doctora Favero: “Entre los años treinta y cincuenta, Mar del Plata era prácticamente lo que hoy conocemos por centro y el puerto suponía una zona alejada, lo que estaba más allá de la avenida Cincuentenario (hoy Juan B. Justo), convertida en un límite drástico, más allá del cual estaban los “otros”. Y esos “otros” primero fueron los trabajadores de la empresa francesa encargada de la construcción del puerto, que se extendió por más diez años y hasta entrada la década del 20. Aellos se agregaron los pescadores que fueron sucesivamente corridos de la Bristol y de la loma de Stella Maris hasta su asentamiento definitivo.
En su mayoría eran italianos, especialmente sicilianos y napolitanos, que poco o nada tenían cuando llegaron al país. Y aunque cruzaban el océano con la frase “faccio l’America” repicando en sus mentes, sus primeras casas fueron modestísimas, de latas la mayoría, si bien las hacían de material apenas podían”. “La elite que pasaba sus veranos en Mar del Plata —dice Favero— siempre identificó al puerto como una zona negativa de la ciudad, no mostrable, y apenas si algunos sabían de ella cuando, jugando al golf en Playa Grande, veían el reflejo del sol en esas casuchas de lata ubicadas una junto a la otra”. Pasaron los años 20, con los primeros gobiernos socialistas en Mar del Plata, sin que hubiera políticas públicas efectivas para un puerto que desde entonces comenzó a sufrir el parcelamiento de jurisdicciones, entre las de la Nación, la Provincia y el Municipio, generalmente con voluntades políticas divergentes, complicación que según es conocido perduró hasta el presente. Divergencias además que han tenido una consecuencia grave en el destino mismo de la estación marítima, ideada como puerto de aguas profundas, pero que nunca fue tal, por el banco de arena que se forma en su acceso. “Es que el puerto se inaugura en 1922 — subraya la historiadora— pero sin que se terminara bien. La Escollera Norte estaba proyectada más larga pero por esos problemas políticos, que derivaron en falta de dinero, quedó en esa extensión”. Y también los años treinta encuentran al barrio puerto descuidado, aunque a mitad de la década el intendente Camusso llevó algunas mejoras —precisa Favero— a las que se agregarán otras en las gestiones socialistas posteriores. Pero por muchos años en el barrio no hubo luz ni cloacas y el arroyo del Barco, sin entubar, representó una amenaza constante de inundaciones. En su mayoría los sicilianos tenían experiencia como pescadores, aunque en aguas más tranquilas como las del Mediterráneo. Con los napolitanos, gran parte de ellos procedentes de la isla de Capri, las proporciones se daban al revés y así muchos de ellos encararon por primera vez aquí, con un mar bravo, el oficio de la pesca.
Cada pueblo trajo su santo, en la devoción y en las imágenes. Y esa fe fue interpretada por la Iglesia Católica, a través de la obra de Don Orione, que tomó al puerto pobre como zona de misión. De manera similar sucede con las damas de beneficencia, las Damas Vicentinas, grupo que integraron mujeres de familias de apellidos distinguidos, y a cuya obra corresponden conjuntos de viviendas ubicados en distintos puntos de la zona portuaria. El nombre de una calle del puerto recuerda a la presidenta del grupo, Elisa Alvear de Bosh.
Las Damas y los curas orionitas —que tuvieron en el padre Dutto a su principal referente— también actuaron en común, de manera que aquellas habrían de dar un aporte económico importante para la construcción de la parroquia La Sagrada Familia y los colegios de varones y de mujeres (La Inmaculada Concepción), como también para la instalación del Hospital de Enfermos Crónicos situado junto a la réplica de la Gruta de Lourdes. La barriada portuaria también se caracterizó por la existencia de conventillos: “Surgieron cerca de la dársena y de la cantera, donde estuvieran las instalaciones del Club Aldosivi, que fue la que se usó en la extracción de piedras para la construcción del puerto. Esos conventillos, en los que vivían muchos solteros u hombres solos que recién años después llamaban a sus familias, formaban en escala un paisaje similar al de la Boca. “Muchos de los recién llegados iban a vivir a casas rodantes, que se instalaban en los terrenos disponibles de sus parientes o paisanos ya establecidos”. Favero habla de “enclave étnico”. Y en una de las páginas del citado libro llama la atención un esquema del “corazón” del barrio Puerto en el que están señalados dónde se ubicaron sicilianos y napolitanos. Una sola manzana (la de Posadas, Magallanes, Rondeau y 12 de Octubre) está rodeada casi exclusivamente por referencias de sicilianos.
Uno de los vecinos más célebres fue el nombrado Ciccio Mazzacristo, quien llegó a Mar del Plata en los años 20, junto a un hermano y respondiendo a un llamado de su tío. Con los años, y habiendo logrado una módica fortuna, volvió a su pueblo en la isla, Acireale, y especialmente en el que era su barrio o aldea, Santa María Della Scalla, fue recibido a lo grande. Había terminado la guerra y los relatos y el ejemplo mismo de Ciccio gestaron un nuevo éxodo hacia una Mar del Plata que en la cercanía del puerto ya tenía caseríos con imágenes casi idénticas a las de ese pueblo del Mediterráneo, como la misma Favero comprobó en sus viajes a Italia.
2 comentarios:
un articulo verdaderamente interesante de los inmigrantes en la ciudad, realmente bien documentado, me habri gustado saber quien es el autor.
El autor es un periodista (Oscar Lardizabal) del diario que me hizo una entrevista en la que hablamos sobre el puerto y su historia. Junto a Gerardo Portela hemos escrito el libro "Más allá de la Avenida Cincuentenario". (Bettina Favero)
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